Una amiga mexicana me trajo un sobre con unos negativos en blanco y negro. Me dijo que los había encontrado en la calle, en el enorme Distrito Federal. Ella adivinó Marruecos y yo creí que podía ser cierto, aunque no tenemos ninguna certeza. Los pasé a través de la luz del escáner y aparecieron estos retratos. En las fotos de estudio familiares cada uno ocupa un puesto específico delante del fondo decorado. El retrato es, por lejos, la forma más memorable de la fotografía porque hay una relación muy particular entre tiempo, memoria y fotografía.
¿Cómo aparece la ausencia en una fotografía? ¿Qué nos dicen estas imágenes del olvido y del paso del tiempo? Entonces pensé en estas hermosas palabras de Juan Rulfo…
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«Sentí el retrato de mi madre guardado en la bolsa de la camisa, calentándome el corazón, como si ella también sudara. Era un retrato viejo, carcomido en los bordes; pero fue el único que conocí de ella. Me lo había encontrado en el armario de la cocina, dentro de una cazuela llena de yerbas: hojas de toronjil, flores de castilla, ramas de ruda. Desde entonces lo guardé. Era el único. Mi madre siempre fue enemiga de retratarse. Decía que los retratos eran cosa de brujería. Y así parecía ser; porque el suyo estaba lleno de agujeros como de aguja, y en dirección del corazón tenía uno muy grande donde bien podía caber el dedo del corazón. Era el mismo que traigo aquí, pensando que podría dar buen resultado para que mi padre me reconociera».
Juan Rulfo, Pedro Páramo (1955)
Juan Rulfo, Pedro Páramo (1955)
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