Los suicidios originales // CARAS Y CARETAS

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A fines de 2013, Diego Fernando Guerra dictó el curso “Huella, imagen y palabra. Fotografía y literatura 1840-1940” en el Museo de Arte Hispanoamericano Isaac Fernández Blanco. Fueron cuatro encuentros de increíbles hallazgos respecto de la relación entre la palabra escrita y la fotografía. Luego, terminó el año y viajé a Córdoba, Argentina.

Una de las maravillas de mis vacaciones fue encontrarme con la colección de CARAS Y CARETAS que alguna tía solterona de la familia de mi abuelo encuadernó amorosamente. En el horario de la siesta volví a los apuntes de mi cuaderno y fotografié este artículo que nos había comentado Diego.

“Uno que se mata para “salir” en CARAS Y CARETAS”, publicado en Caras y Caretas, 8 de noviembre 1902, AÑO V, Nº214.

«Ya se ha convertido en una vulgaridad el suicidarse dejando escrita la consabida carta, en la que el aspirante a cadáver le dice que está cansado de la vida al comisario.

Mas el progreso no es una mentira, y el suicidio ha progresado. El autor de la novísima innovación fue el joven Bautista Patthanay, jornalero que trabajaba en el campo “3 Lagunas”, partido de Tres Arroyos, en casa del señor Claudio Lance. Patthanay era francés, de nacionalidad y suicida por vocación.

Deseaba conquistar la fama y no sabía cómo. En conversaciones que tuvo pocos días antes de emprender el viaje a la otra vida, dijo a sus conocidos que pronto verían su retrato en CARAS Y CARETAS. Y cumplió su palabra.

El día 3 de octubre fue a la fotografía de R. Morilla, en Tres Arroyos, y se hizo retratar de la manera que pueden ver nuestros lectores. Aseguró que se trataba de una broma, y enseñó el revólver sin cargar. Después, agregando que los retratos no corrían prisa, partió para el campo “3 Lagunas”, y allí adoptando la actitud que había ensayado y legado a la posteridad, se descerrajó un tiro, y no se sabe lo que dijo en tales momentos, pero probablemente sería algo así: “¡Sálvese mi retrato aunque yo perezca!” –o eso otro refiriéndose a su efigie– “¡Ahí queda eso!”

No puede negarse la originalidad del procedimiento autohomicida que nos ocupa. ¿Qué se propuso Patthanay? ¿Hacerse famoso? Lo ignoramos.

Quizás pensó legar su recuerdo y su retrato, para que sirvan de modelo aprovechable, a quien redacte el “Manual del perfecto suicida”.

Nosotros, recordando los deseos de Patthanay, no queremos hacer con esta nota la apología del suicidio, sino cumplir la última voluntad del muerto».

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