Ella fue Lidia, mi abuela materna de sangre.

Yo no la conocí, murió cuando mi mamá tenía sólo 12 años.

Igual yo tuve abuela, pero me faltan partes.

 (…)
ABUELA: (Con cansada ternura) ¡Ah, los jóvenes, siempre tienen ilusiones!
MADRE: ¿Y los viejos? ¿Qué tienen?
ABUELA: (Comenzando a ordenar) Recuerdos. Eso tenemos. Que son tan fuertes como las ilusiones, para que sepas. Recuerdos dulces… recuerdos amargos… recuerdos luminosos… recuerdos oscuros… (Queda por un momento pensativa) Pero, mirá vos, este desorden. Todo tirado. Acá no se puede planchar nada.
(…)
MADRE: (Irónica) ¿Y ahora me lo venís a decir?
ABUELA: (Para sí) Es que todos se han ido yendo… las cosas se me escapan… (Mirándose las manos) Se me escurre entre los dedos… y no puedo alcanzarlas…
MADRE: (Dejando el masaje, vuelve a su tabla) ¿Y por qué seguís?
ABUELA: Porque… (Mira su cuerpo) hay que estirar la vida… (Toca las fotos, las plancha/acaricia suavemente) Ya vas a ver cuando te toque… la vejez es algo raro… muy raro…
MADRE: (Planchando) ¿Cómo es?
ABUELA: (Sin mirarla) Es caminar mirando hacia atrás… es como …vivir después de haber vivido… repasando lo vivido una y otra vez…
(…)

Fragmentos cerca del final de “La plancha” – tragicomedia doméstica en un acto de María Inés Indart.

(María Laura Voskian,
 Ella fue Lidia
Mar del Plata, Argentina
1948)