“Si recordar es vivir, con la Kodak no se olvida”

“Al aire libre, todo invita a la Kodak. En la playa, en el jardín, en el paseo en las sierras, la Kodak perpetúa el recuerdo de los ratos agradables. Si recordar es vivir, con la Kodak no se olvida”. (Revista El Hogar, 1928)

Repetí el ritual dominguero de revolver fotos viejas en mercados de pulgas porteños. Mujeres/niños, mujeres con sombreros, familias, carros, mascotas, militares… las etiquetas para categorizar fotos sueltas son siempre muy similares. Pensé en revolver algunos cajones y ver qué aparecía.

Hace unos años leí  La mujer y la fotografía. Una imagen espejada de autoconstrucción y construcción de la historia, un libro fantástico de Alejandra Niedermaier que relata la forma en que las mujeres se convirtieron en protagonistas y narradoras de su propio destino. Con esa costumbre que tengo de olvidarme de lo que leo, decidí empezarlo otra vez.

En 1871 el Código Civil Argentino determinaba que a la mujer le estaba vedado contratar, adquirir o enajenar bienes, ejercer públicamente alguna profesión o industria sin autorización del marido. Las mujeres fotógrafas, entonces, acompañaban a sus maridos, padres o hermanos en la tarea. Fue con el paso de los años que los códigos civiles de los países latinoamericanos fueron reconociendo las capacidades intelectuales y el rol activo que tenían las mujeres en la sociedad. Y sus profesiones, que antes eran disfrazadas por “amas de casas” comenzaron a ser reconocidas en los censos.

A partir de 1888, con el lanzamiento de las cámaras portátiles, irrumpieron los aficionados. La publicidad de estas cámaras también se orientó a las mujeres, quienes desde ese momento fueron las encargadas de atesorar la memoria familiar. Kodak, genial como siempre, publicaba publicidades para captar este nuevo fenómeno.

“Conserve en un álbum Kodak los recuerdos ilustrados de la infancia, las primeras sonrisas, los primeros pasos, de cuando el niño por primera vez va al colegio y su desarrollo. Es fácil – la Kodak brinda la oportunidad, pues los padres pueden tomar fotografías de los acontecimientos según estos se sucedan, sin molestia alguna, toda vez que los procedimientos Kodak han simplificado la fotografía hasta el extremo de que ésta hoy día es realmente un placer. No se requiere ser experto.” (Revista Caras y Caretas, 1916)

Las madres y abuelas llevaban adelante la tarea artesanal de elegir qué imágenes guardar, cortar, recortar, censurar y conservar. Pasó el tiempo y los rollos de película se esparcieron por el mundo. Y entonces, “el sexo delicado” pasó a tomar casi dos tercios de todas las fotografías y encargaba la mayoría de las impresiones. Las mujeres narraban el paso del tiempo y construían la historia familiar.

Una de las últimas Navidades recibí un álbum familiar confeccionado cuidadosamente por mi madre. Escrito con puño y letra, fotos pegadas y, al final, algunas poesías, entre las que se encontraban –infaltables- las palabras de Martín Fierro: “Los hermanos sean unidos porque ésa es la ley primera”. Y esos versos son, en verdad, palabras de mi madre. Y pienso en las fotos viejas que compro de a dos, de a tres o de a cuatro en mis paseos. Fotos que estuvieron pegadas en algún álbum familiar, que alguna vez contaron algo de alguien que ya no tiene quién le cuente su historia.

Y hoy me acuerdo de ella:

Madre, madre,
vuelve a erigir la casa y bordemos la historia.
Vuelve a contar mi vida.

(Olga Orozco, Les jeux sont faits)

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