Lo que nos mira en lo que vemos

El cuarto de mis abuelos en la sierra cordobesa sigue intacto desde que mi abuela murió y desde que él simplemente dejó de ir. Un baúl, algunos libros, la chimenea y su cama. Es el único ambiente de la casa donde no deambulan las arañas, adueñadas ya de todo el lugar.

Fui a su cuarto, sólo para estar un momento. Entonces me puse a hojear algunos libros. Y adentro de uno encontré estas fotografías: seis cuadrados pequeños de papel en blanco y negro en los que estaba zambullido mi abuelo. Mi abuelo con pelo y bigote. Y entonces pensé en él. Y pensé en lo diferente que es conocer a alguien cuando es joven y conocerlo años después cuando la vida ya casi le pasó.

Ver fotografías antiguas siempre me abre un vacío que me devuelve la mirada. Lo dice Georges Didi-Huberman en “Lo que vemos. Lo que nos mira”:

“Mirar sería tomar nota de que la imagen está estructurada como un delante-adentro: inaccesible y  que impone su distancia, por más próxima que esté –puesto que es la distancia de un contacto suspendido, de una imposible relación de carne a carne-. Esto quiere decir, justamente –y de una manera que no es alegórica-, que la imagen está estructurada como un umbral. Un marco de puerta abierta, por ejemplo. Una trama singular de espacio abierto y cerrado al mismo tiempo. Una brecha en una pared, o un desgarramiento, pero obrado, construido, como si hiciera falta un arquitecto o un escultor para dar forma a nuestras heridas más íntimas. Para dar a la escisión de lo que nos mira en lo que vemos, una especia de geometría fundamental”.

Y hoy volví a Buenos Aires: lluvia, café y música. Y lo que pasó cuando abrí la puerta de ese cuarto es que por un momento entré en el tiempo de mi abuelo. Y la distancia fue inmensa.

escribe tu comentario




5 − 2 =



escribe tu comentario




2 − 1 =